Hacer realidad el propósito casi sin fallar: Teoría de la Esperanza con Intenciones de Implantación
La importancia del propósito y de creer de que la mejora es posible
Una de los motivos de encontrar sentido a la vida es disponer de propósito u objetivos claros a los que dirigirse. Pero los objetivos no se traducen necesariamente en resultados, puesto que hace falta realizar las acciones de implantación correspondientes. Además las circunstancias cambian y pueden no alcanzarse esos objetivos tal como se planteaban en un principio. Marcarse objetivos sí sirve para establecer una dirección de actuación clara y para proporcionar un primer nivel de energía de movilización hacia ellos.
En efecto, tal como expone en su libro clásico El Hombre en Busca de Sentido el psicólogo y pensador existencial Viktor Frankl, el sentido de la vida de una persona se adquiere de tres diferentes maneras: con propósito u objetivos (realización o creación de algo), con experiencias y conexiones (percepción sensorial rica del mundo y las personas) y con actitud serena ante el inevitable sufrimiento.
Pero además, y así lo explica la profesora de psicología Carol Dweck en su libro Mindset: The New Psychology of Success, el disponer de una mentalidad de crecimiento facilita más las cosas que tener una mentalidad fija. Es decir es mejor tener el convencimiento que a través del esfuerzo es posible mejorar a lo largo de toda la vida frente a creer que las cosas en general siempre seguirán más o menos igual por mucho que se haga.
Objetivos marcados a partir de los valores personales
La forma mejor de establecer objetivos vitales es preguntarnos por los valores, por lo que realmente nos importa, por aquéllo que nos gustaría que terminara formando parte de nuestra persona, de nuestra identidad. Los tres niveles de las pirámides clásicas de necesidades humanas (materiales/básicas, de relación, trascendentales/espirituales) ayudan a determinar los valores. Se puede utilizar por ejemplo el The Valued Living Questionnaire (Wilson, 2002) para este fin.
Para cada valor personal se establecen objetivos que han ser realistas y flexibles, en ningún modo ideales y rígidos. Deben suponer retos alcanzables.
El disponer de objetivos o metas proporciona un atisbo de esperanza de conseguirlas, la intención de llegar al objetivo, que es lo que en la literatura del tema se llama goal intentions. La esperanza es la autopercepción de que uno puede alcanzar las metas que se plantea.
Teoría de la esperanza para la motivación
La teoría de la esperanza, Hope Theory (Rand & Cheavens, 2009) analiza lo que se necesita para alcanzar un objetivo. Son dos elementos: el sendero y la agencia o dicho mejor, la auto percepción de agencia.
El sendero es la ruta o camino para llegar al objetivo y generalmente adquiere la forma de un proyecto con un plan, constituido por una actividad o un conjunto de actividades en secuencia y en paralelo. Lo normal es que existan varias rutas alternativas y se tenga que elegir aquella más adecuada por el nivel de esfuerzo, por encontrar menos obstáculos o más facilidades, o sea la ruta óptima.
La agencia o autopercepción de agencia es la capacidad percibida de seguir el sendero para alcanzar el objetivo. Es un elemento clave de cara a la motivación. Es sentirse autosuficiente, auto eficaz. Incluye tres elementos: actitud de lucha o perseverancia, capacidades o recursos internos y recursos externos. Así una persona que se ponga como objetivo hablar un idioma habrá de disponer de actitud de luchar por ello, capacidad propia de memorización y de verbalizaron, y además medios y condiciones externos para este aprendizaje (cursos, tiempo, materiales, estancia en un país, etc.).
Según la teoría de la esperanza el pensar sobre el sendero y el pensar sobre la agencia se alimentan mutuamente, en el sentido de que lo primero favorece lo segundo y viceversa, dando lugar a un incremento de la motivación para alcanzar el objetivo. Snyder y colaboradores han desarrollado escalas para medir en las personas la esperanza como rasgo, Dispositional Hope Scale (Snyder et al., 1991), y como estado, State Hope Scale (Snyder et al., 1996).
Hacer los objetivos realidad
Con lo explicado hasta ahora se tienen las intenciones de objetivo, pero falta la implantación del esos objetivos. Ya se sabe que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Además de las intenciones de objetivo se necesitan las intenciones de realizar las acciones correspondientes, que en la literatura de la materia se llama intenciones de implantación, implementation intentions. O sea en conjunto se necesita tanto intenciones de objetivo, como intenciones de implantación. Las intenciones de objetivos son necesarias pero no suficientes
Tener intenciones de implantación implica conocer bien las actividades necesarias para lograr ese objetivo (el sendero comentado antes), y también iniciarlas a su debido tiempo, y no distraerse, no cansarse y no perderse víctima de imprevistos y circunstancias. La investigación ha mostrado que la clave es pensar en detalle, prever con anticipación y comprometerse con lo que hay que hacer con condiciones del tipo “si sucede x, entonces hago y” (Gollwitzer, 1999).
Implementation intentions. Planes, horarios y contingencias
Aparte de las actividades simples (ej: mañana a las 10:00, estar en la cita del dentista), hay dos grandes tipos de actuaciones, el sendero citado, para ir hacia los objetivos: los proyectos (para crear o hacer algo) y los hábitos (para incorporar o eliminar algún comportamiento en la vida).
Los proyectos requieren un conjunto de actividades, en secuencia y paralelo, que forman un plan con fechas y duraciones, y con una fecha o hito de terminación final (piénsese en una carrera, en escribir un libro, en construir un puente, etc).
Los hábitos necesitan un horario diario o semanal (a veces, algún otro evento cíclico puede actuar como señal o clave de inicio, como “cuando termine de comer”, “cuando salga el sol”, etc.). Tal como describo en el artículo sobre hábitos, la ventaja de incorporar un hábito es que ante la presencia del desencadenante o señal se reduce el esfuerzo mental para iniciar y realizar la tarea, pues en parte queda automatizado. Se pueden indicar dos buenos libros sobre hábitos: el clásico de El Poder de los Hábitos de Charles Duhigg y el más reciente de Hábitos Atómicos de James Clear. Este último defiende el carácter gradual y la importancia de la perseverancia, aunque sea con pequeños pasos y mera presencia (show up).
Tanto para un proyecto como para un hábito, las condiciones de intenciones de implantación son generalmente de tipo temporales “si llega el momento x, entonces hago la actividad y”. Pero también puede estar relacionadas con un evento, esto es, “si sucede el desencadenante x, entonces hago la actividad y”. Ejemplos de este último caso son “cuando me llegue el libro, inicio el estudio de la asignatura” o “cuando queden x días para iniciar la actividad abc, inicio la actividad y de compra del material necesario”.
Se ha demostrado que las intenciones de implantación ayudan tanto a iniciar la tarea como a evitar distracciones una vez iniciada. Pero además pueden surgir imprevistos a manejar. Tanto para los proyectos como para los hábitos es preciso afrontar circunstancias imprevistas que aparezcan, son las llamadas contingencias. Entonces, además del plan con sus acciones para los proyectos y del horario para los hábitos, es preciso disponer de una lista de contingencias, con condiciones del tipo “si aparece la circunstancia imprevista x, llevaré a cabo la acción y”. Son los planes B. Conviene visualizar, hacer repaso mental, de las actuaciones para cada contingencia, de modo que se minimize la pérdida de tiempo cuando ocurran. La lista de contingencias aporta un gran valor en cualquier tipo de proyecto: proyectos de gran envergadura como proyectos simples, por ejemplo hacer una ruta de montañismo de una mañana.
La clave de las condiciones de implantación es pensarlas con antelación (exige cierto conocimiento y experiencia del campo), comprometerse y repasarlas mentalmente.
Fuerza de voluntad y orientación a la tarea
Otra ventaja de las intenciones de implantación en forma de planes de proyecto, horarios de hábito o listas de contingencias, es ayudar a combatir el desgaste de la fuerza de voluntad. Este desgaste sucede a lo largo del día y más después de realizar actividades que absorben energía, bien sea por sus demandas cognitivas, emocionales o físicas (leer por ejemplo el libro The Willpower Instinct: How Self-Control Works, Why It Matters, and What You Can Do to Get More of It de Kelly McGonigal).
Por otro lado, para la implantación funciona mejor una mentalidad de orientación a la tarea que una de orientación al estado, o sea, es más eficaz una mentalidad que sea más racional y menos emocional. Es una de las conclusiones de la Teoría de Action Control (Kuhl, 1994). Hay personas que por su personalidad tienen poca orientación a la tarea, como por ejemplo las que se sitúan en un nivel bajo en la dimensión de responsabilidad (que incluye rasgos como el de organización). Para muchos pensadores la razón es esclava de las pasiones. Pero las emociones actúan en todos los frentes. Así las personas de puntuación muy alta en responsabilidad pueden caer en el extremo de la obsesión y el perfeccionismo, con sus males asociados.
Además dado que generalmente seguir un plan requiere esfuerzo y afrontar las dificultades del camino, es importante hacerlo con optimismo. Una persona con bajo nivel en el rasgo de optimismo tiene un estilo de atribución por el que termina imputando los fallos a sí misma, y supone que lo normal es que falle casi siempre y en todo lo que hace.
La buena noticia es que los elementos favorecedores mencionados, mentalidad de crecimiento, de orientación a la tarea y optimismo, son en parte genéticos y en parte moldeables desde la infancia.
Conclusión
Resumiendo, el propósito o los objetivos aportan sentido a la vida, marcan una dirección de acción y proporcionan un primer nivel de energía. Son las intenciones de objetivo, goal intentions. Pero según las investigaciones hacen falta además las llamadas intenciones de implantación, implementation intentions, que son condicionales que se anticipan o prevén, se explícitan y comprometen del tipo “si sucede x, entonces hago y”, y que al final se plasman en planes, horarios y listas de contingencias. Ayudan, conjuntamente con el repaso mental, a que la implantación tenga lugar, o sea, contribuyen a iniciar las actividades, no distraerse, no caer ante imprevistos y no quemarse. Elementos favorecedores son una mentalidad de crecimiento y de orientación a la tarea y un buen grado de optimismo, elementos en parte genéticos y en parte adquiribles desde la infancia.
Referencias
Frankl, V. (1946). El Hombre en Busca de Sentido
Dweck, C. (2007). Mindset: The New Psicology of Success. Ballantine Books
Gollwitzer, P. M. (1999). Implementation intentions: Strong effects of simple plans. American Psychologist, 54, 493-503.
Kuhl, J., & Beckmann, J. (1994) Volition and Personality: Action versus State Orientation, Göttingen, Germany: Hogrefe.
McGonigal, K. (2011). The Willpower Instinct: How Self-Control Works, Why It Matters, and What You Can Do to Get More of It. Avery Publishing Group
Rand, K. L., & Cheavens, J. S. (2009). Hope theory. In S. J. Lopez & C. R. Snyder (Eds.), Oxford library of psychology. Oxford handbook of positive psychology (p. 323–333). Oxford University Press
Snyder, C. R., Harris, C., Anderson, J. R., Holleran, S. A., Irving, L. M., Sigmon, S. T., et al. (1991). The will and the ways: Development and validation of an individual-differences measure of hope. Journal of Personality and Social Psychology, 60, 570–585
Snyder, C. R., Sympson, S. C., Ybasco, F. C., Borders, T. F., Babyak, M. A., & Higgins, R. L. (1996). Development and validation of the state hope scale. Journal of Personality and Social Psychology, 70(2), 321–335
Wilson, K.G. (2002). The Valued Living Questionnaire.
Tusabiamente.org
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