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“Dios: Una historia humana de la religión”. Comentario de libro

Por José Bermúdez Marcos - Psicólogo e Investigador

En este artículo presento mis comentarios al libro “God: A Human History of Religion” (Dios: Una historia humana de la religión), de Reza Aslan, Corgi, UK, 2018.

El autor ofrece una visión sintética de cómo el hombre a largo de la historia ha intentado buscar sentido a la vida, mediante el descubrimiento o la creación de dioses y la elaboración de ritos y creencias dentro de lo que se puede llamar “religiones, o en sentido más amplio, “corrientes de sabiduría tradicional”.

He encontrado este libro provechoso. A ello contribuye su dimensión, puesto que no es muy extenso para un tema tan amplio, aunque el estudioso que quiera ampliar información encontrará notas explicativas abundantes. Es una narrativa con una línea conductora que hace que el lector se enganche. Por otro lado, el autor Reza Aslan es de procedencia iraní y musulmán, aunque se formó en occidente, con lo que aporta un punto de vista que puede hacer que lector occidental amplíe su visión y se enriquezca. Interesante también es que el autor muestra su transformación personal, el camino que ha recorrido, después de haber profundizado en el estudio de las diferentes religiones.

La proyección humana en la naturaleza 

En la primera parte, que titula “El alma encarnada” y que está formada por tres capítulos, explica que el hombre desde que se puede considerar tal tiene una inquietud religiosa, que le hace considerar que hay algo más que lo que ve y toca. Esta inquietud le hace pensar que algo de él puede perdurar incluso más allá de la muerte y que hay una fuerza o poder mucho mayor que él, que le trasciende y domina. El autor hace referencia a diferentes teorías sobre el origen de esa inquietud, como por ejemplo, la que considera que tal inquietud es un impulso natural de la mente  humana para aliviar el miedo ante la incertidumbre y para encontrar sentido.

Stonehenge

Indica que la primera expresión de la religión es el animismo, que es atribuir una entidad espiritual o alma a otros objetos o seres por parte del hombre. En el fondo la religión se basa en una proyección del hombre en algo externo, en la naturaleza. El animismo ha sido practicado durante miles de años en que el hombre ha sido nómada y recolector. Las imágenes y símbolos que ha utilizado se encuentran en muchos lugares del planeta (figuras talladas, dibujos en cuevas de manos, animales, seres antropomorfos, etc.).

Del politeísmo al monoteísmo 

En la segunda parte, que titula “El dios humanizado” y que se compone también de tres capítulos, trata de cómo el hombre a lo largo de los siglos pasa del animismo a creer en varios dioses, y finalmente en un solo dios.

En esta transición, el autor dice, influye fundamentalmente la revolución agrícola a partir de alrededor del 10.000 AC, que tuvo lugar en las zonas fértiles junto a grandes ríos, primero en Mesopotamia, luego en Egipto y Oriente Medio, y posteriormente en la India y China, y otras zonas. El hombre ahora vivía en ciudades, ya con una división de trabajo importante y con algo fundamental, la escritura, que permitía la transmisión eficaz del conocimiento. Surgen las religiones organizadas. Además del culto a los antepasados (los cuales pueden adquirir poderes, como espíritus o dioses) que venía de etapas anteriores, ahora comienzan a aparecer deidades, con atributos y apariencia humana, y se desarrollan mitos en torno a ellas. El ser humano sigue proyectando sus impulsos y  elucubraciones al exterior. Así los panteones politeístas de dioses de Mesopotamia (Enki, Enlil, An, etc.) o de Egipto (Osiris, Isis, Horus, Anubis, etc.). Describe cómo generalmente, a modo de imagen en un espejo de la jerarquía social humana, un dios adquiere el carácter de cabeza de la jerarquía de dioses (henoteismo), e incluso pueda considerarse como dios único todopoderoso, quedando los demás dioses como manifestaciones de los inefables atributos del dios supremo. Por ejemplo, Zeus en la civilización griega, o Shiva en el shivaísmo hindú.

Ahura Mazda, dios del Zoroastrismo, Persépolis, Irán

Reza señala dos notorios intentos de introducir el monoteísmo: Akenatón en Egipto y Zoroastro o Zaratustra en Persia. El primer intento no duró más que el reinado de ese enigmático faraón, y el segundo se prolongó hasta el Imperio Sasánida y la llegada del Islam en Persia, dejando rastros que llegan hasta hoy día (bien sea en seguidores, los parsis de la India, o en ideas incorporadas en otras religiones, básicamente el judaísmo y cristianismo). Así, por ejemplo, introduce la idea de que el hombre rinde cuentas después de la muerte en virtud de las acciones en la tierra, pudiendo ir al cielo o al infierno. 

Los dioses son ahora jueces, que juzgan al alma humana en función de su cumplimiento de un código moral que le impone. Hasta entonces los dioses vivían en su mundo, a veces con disputas entre ellos, y a ellos se acudía para pedir favores o evitar daños.  

Personal y trascendente 

En la los tres capítulos de la tercera parte, que se titula “¿Qué es Dios?”, explica la génesis del monoteísmo. Se extiende en explicar el monoteísmo de Israel, el primero de la historia que cuajó, he indica que fue resultado de un largo proceso de convergencia que culminó durante la “crisis” del exilio de la élite israelita en Babilonia (VI aC), pues el pueblo judío había sido también politeísta. Explica también cómo, según la exégesis de las escrituras, al Dios del Antiguo Testamento se le nombra unas veces como El o Elohim y otras veces como Yahweh, y que cada uno de ellos es de una determinada procedencia histórica. El Dios del Antiguo Testamento mantiene una alianza con el pueblo de Israel y es un Dios justiciero y a veces fiero. En todo caso, es un Dios personal y trascendente, con los máximos atributos de eternidad, poder, conocimiento, bondad, etc.

Describe cómo con la figura de Jesús, que es considerado Cristo (el ungido) y mesías, surge la polémica ya dentro del cristianismo. En ello juega un papel importante el evangelio de Juan (donde se dice por ejemplo: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” Juan 1:14). Se trataba de dirimir si Jesús es solo una persona humana, eso sí única y ejemplar, o no solo eso, sino además divina, Dios (el Logos, el Verbo) hecho carne. Y cómo es posible que, habiendo un Dios único, Jesús también lo sea. El autor explica cómo se crea el misterio de la Trinidad y el papel de Agustín de Hipona para dar luz dentro de la iglesia al debate. Explica cómo los gnósticos, que serían condenados por la Iglesia, contemplan un dios supremo y otro creador, de rango inferior. Otra etapa importante es la adopción del cristianismo como religión oficial por parte del Imperio Romano, con lo que comienzan a entremezclarse los asuntos políticos y estatales.

Hay un capítulo dentro de esta parte dedicado al Islam. El profeta del desierto Mahoma recibe la revelación directa de un dios, que llamó Alá, en el Corán. Ahora Dios es Uno de forma radical. Se afirma la existencia de un único Dios y no se admiten ni intermediarios, como  los santos, ni el uso de imágenes o representaciones, para resaltar su carácter único, en forma y naturaleza (la idea de tawhid), y alejarlo de cualquier similitud con el hombre.

Panteísmo: impersonal e inmanente

Por último, después del recorrido por los diferentes concepciones de lo divino, su razonamiento y experiencia le llevan al panteísmo, que es su postura personal al final: Dios es todo y nada existe fuera de él. No existe un Dios creador y una creación, el creador y la creación son lo mismo; todas las cosas y seres somos parte de Dios. Aquí hace referencia a las corrientes que defienden el panteísmo dentro de las diferentes religiones. Dentro del islam el sufismo, sobre el que se extiende y dentro del cual se sitúa el propio autor. Esta corriente busca la relación directa con lo devino y a ella pertenecen grandes personajes como el hispano árabe Ibn Arabi y el persa Rumi. 

Dentro del judaísmo menciona la corriente cabalística. Dentro del cristianismo resalta la figura del maestro Ekhart, pero no se extiende tanto como en su religión. Destaca también el pensamiento panteísta del gran filósofo occidental Spinoza y, en cuanto al lejano Oriente, menciona el Vedanta hindú, el Taoísmo y el budismo Zen.

El hombre, por su naturaleza, ha buscado a largo de la historia algo superior, que le trascienda, y lo ha hecho proyectando sus características humanas en cosas o seres externos. Lo ha hecho tanto en el animismo como en las religiones organizadas. Y al final se da cuenta de algo que siempre ha intuido desde que es hombre: que nada, incluyendo el propio hombre, queda fuera de Dios.

Otros impulsos éticos y estéticos

Como crítica constructiva, cabría decir que, si bien ese impulso religioso existe en algunas personas y se manifiesta en su pertenencia y creencias, a veces dogmáticas, dentro de una religión, existe un creciente número de personas “espirituales” sin más, sin adscripción a religión alguna, pero con una comprensión “no dual” del mundo y asombro por el misterio de la vida.

Por otra parte, sería justo haber resaltado la corriente apofática y contemplativa del cristianismo, con una amplia tradición ya desde la época de los padres del desierto.

Mandala

Por otro lado, hay otro tipo de personas que no entran en ese terreno (quizás se encuadrarían en el estadio que Kierkegaard llamó estético), que no se plantean grandes cuestiones y que intentan vivir lo mejor que pueden procurando satisfacer sus apetitos.

Y finalmente, otro tipo de personas, que podríamos llamar existencialistas, que son los que se dirigen por sus valores propios, con autenticidad y responsabilidad, sin entrar en consideraciones metafísicas o valores externos objetivos (se trata de agnosticismo, escepticismo). Aquí se encuadran las corrientes del humanismo o las ramas humanísticas de las corrientes de sabiduría, como el budismo o el taoísmo seculares. En ellas se deja a un lado la metafísica y el foco es la ética, el modo de vida.

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